Cuando sonó el último disparo se quedó fría,
ahí sentada, más negra de lo acostumbrado.
Mirando todo con sus opacos ojos,
descubriendo el nuevo azul de
las paredes recién pintadas.
Por un momento su corazón
silenció los demás ruidos de la casa,
incluso los del viejo reloj de la cocina.
Sin embargo, ahí continuaba meciéndose,
aunque la tierra se le estuviera tragando la sangre.
Luego que se llevaron el cuerpo de la vieja cocinera,
continué jugando canicas entre los matorrales del solar.
Sabiendo que ya nunca más me dejarían jugar con la escopeta.